Adios soledad [Dennis]

Luego de un camino no demasiado largo el auto se detuvo frente a una enorme casa de tres pisos, imponente pero fina. El jardín delantero no demasiado amplio y repleto de rosas rojas, blancas, azules y negras. La puerta de la entrada era amplia y en el tercer piso se distinguía un balcón pequeño. Si bien, Axl podría haber comprado una mansión en las recidencias no había querido, ya que lo consideraba un desperdicio si sólo vivía él. Se bajó del auto para abrir el portón de la casa, se volvió a subir y lo estacionó. Cuando volvió bajar fue a cerrar el portón y observó a Dennis, pendiente de que no se hubiese mareado o algo.

¿Estará bien? Lleva mucho tiempo encerrado... salir puede causarle algún malestar en un comienzo...

Se acercó al menor y lo miró con cierto cariño.

- Bienvenido a casa- dijo, indicándole el camino a la entrada, adelantándose para abrir la puerta.

Lo divirtió ver como el pelinegro observaba cada detalle que encontraba en su paso. No era un esclavo torpe y estúpido, como muchos de los que había visto con anterioridad.

Voy a tener que cuidarme o terminará por adivinar lo que pienso...

Finalmente abrió la puerta. Lo primero que se podía ver era la sala de estar en donde se ubicaban dos sillones pequeños, uno grande y, al centro una mesita. Más a fondo se notaban las escaleras con forma de espiral, además de dos repisas repletas de libros y una tercera con algunos trofeos. Todo muy refinado y lujoso. Si se miraba al suelo se notaban cajas de empaque amontonadas.

- Lamento el desastre, pero llegué hace sólo unos días a Zados- comentó, a manera de disculpa.

Su comentario resultaba bastante curioso si se observaban las repisas con libros y los diversos cuadros traidos del extranjero que adornaban la casa, ya que, una persona "normal" pondría tales detalles luego de haber puesto los muebles.

- Hay un total de cinco habitaciones- explicó, dirigiéndose al fondo, exactamente a la cocina- tres en el segundo piso y dos en el tercero. Puedes verlas y elegir la que te guste- abrió uno de los muebles de la cocina- menos la del balcón del tercer piso porque es mia- soltó una leve risita- ¿café, leche, té, agua mineral, agua normal, bebida o jugo?- preguntó, luego de un gran esfuerzo por encontrar lo ofrecido en aquel gran desastre- ¿o alguna bebida alcohólica?

Odio los cambios de casa... me estresan...

- Eres un chico malo, has adivinado mi pensamiento- bromeó, riendo ante la pregunta pícara del menor- aunque, ha decir verdad, sólo me queda algo de ron para emborracharte- comentó, al ver que de las tres botellas de ron que tenía, sólo quedaba menos de la mitad de una- y si soy más sincero, te confieso que no suelo beber alcohol. Lo mio es el café.

Amo... anoche bebimos más de lo que recuerdo... eres un irresponsable al haberte ido en moto. Siempre logras hacer que me preocupe... tonto...

Sonrió de manera indescifrable ante el recuerdo. Posó sus orbes en los del joven, notando que tenía un libro en sus manos y que se había apoderado del sofá. Tales detalles le parecieron divertidos.

- ¿Qué te llamó la atención de ese libro?- cuestionó, sirviéndose café y esperando la respuesta de su esclavo, no sólo a la pregunta reciente, sino que además a la del bebestible.

Acompañó las risas del mayor, complacido con el otro por haber seguido con su broma. Siguió su mirada hasta las botellas de ron, al tiempo que escuchaba sus palabras. "Lo tuyo es el café, y hay dos botellas vacías..." dijo para sus adentros, con algo de malicia.

El aroma a café invadió la sala, llenándole los pulmones. Era uno de sus perfumes favoritos, después del olor a tierra mojada por la lluvia. Se acomodó en el mullido sofá, aún pasándo las páginas del libro, sin leer nada en realidad.
-Pues... su tapa- respondió con sinceridad. -El color negro contrasta perfectamente con el rojo fuerte de las letras- agregó, cerrando el libro (aunque no sin antes marcarlo doblando una de las esquinas de la hoja) para constatar lo que decía. Acarició el título en relieve, y luego posó su mirada en el profundo mar azul del otro. -¿Podrías ser tan amable de convidarme café a mí también? Eres un mal anfitrión- bromeó.

La respuesta sobre el libro le saco una muy leve sonrisita, mientras que la respuesta del café lo hizo volver a reir. Sirvió el otro café y observó las botellas de ron antes de salir de la cocina, logrando que la curvatura de su rostro se volviese ingenua por breves instantes. No deseaba tirarlas a la basura, no aún. Eran un buen recuerdo del que había sido el estreno de su casa en Zados. Tomó ambas tazas y se dirigió al living, entregándole al menor la correspondiente. Se sentó en un de los sillones pequeños y bebió un sorbo de su café, para luego dejarlo en la mesita de centro.

- No soy un buen anfitrión. Estoy acostumbrado a que me patrocinen- bromeó, aunque era la verdad. Desvió su mirada al libro- ese libro lo escribió Kurt... es triste pero muy bonito- dijo, repentinemente, intentando ocultar el brillo de sus ojos y el movimiento entusiasta de su cola- pero es una escritura inexperta, que refleja su inmadurez de la época, en comparación con otras posteriores- tomó su taza, pero se quedó mirando el café sin beber, como perdido en algo.

¿No hay instante en que no piense en él? No quiero dar la impresión de tonto ilusionado...

- Se siente raro estar aqui, contigo- comentó, luego de beber otro sorbo de su café, intentando cambiar de tema- no son muchas las personas que me agradan- rió, sarcástico.

Asintió ligeramente al recibir la taza de café, en manera de agradecimiento. Se la llevó al rostro, y aspiró el humo que provenía de ella. "Delicioso... " pensó, reconfortado. Hacía mucho tiempo que no lo probaba; extrañaba sentir ese aroma, ese calor entre sus manos, ese fuego que le quemaba la garganta. Bebió un buen sorbo, oyendo a Axl hablar sobre el libro que se encontraba en su propia falda, y también sobre el autor de éste.
Notó que hablaba bastante de Kurt; que cada vez que lo hacía su cola se meneaba de esa manera graciosa, y sus ojos brillaban de una manera especial. Percibió que no mantenían sólo una relación de amo y esclavo, sino que iba mucho más allá... ¿pero cuánto?
Por unos instantes su compañero pareció perdido en aquella taza, como si se hubiera retraído en su pequeño mundo. "Seguramente su mente está con él..." pensó, sientiendo fuertes deseos de conocer a aquél señor tan mencionado.
-Sí... seguramente preferirías estar con tu amigo y no conmigo. Creo que acabaré conociéndolo más a él que a ti- comentó, bromista, sin ninguna intención de ofender, ya que no quería sembrar malas semillas desde el comienzo. -Pero me alegra agradarte- agregó egocéntrico, dando por sentado que así era. -¿Y bien? ¿No me darás ninguna órden?- cuestionó con interés, inclinándose para dejar la loza sobre la pequeña mesa que tenía delante. -¿Como que ordene todas estas cajas?- sugirió, sonriéndole de lado.

Ya había perdido la cuenta de cuantas risitas le había sacado el menor desde que se conocían. Su comentario no le molestó en lo más mínimo, ya que no ocultaba a nadie lo mucho que quería a su príncipe.

Dios... he traido un pequeño monstruo a casa... pero ya no puedo retractarme...

Volvió a tomar algo de su café, encontrando que sabía mejor estando acompañado. Miró las cajas. Ya ni siquiera recoradaba cual era el contenido de ellas. Podían ser cosas para la habitación o el comedor. Sabía que lo único listo era uno de los dos baños y su habitación, aunque estaba seguro de que algo faltaba en el último lugar. Suspiró un poco agotado al pensar en lo mucho que faltaba por ordenar. Desvió, casi imperceptible, su vista a la cocina, con la esperanza de ver las botellas de ron.

El estreno de casa no fue el más esperado... imaginé que ordenaríamos más y charlaríamos menos...

- No pensaba ordenarte nada, pero ya que insistes- bromeó, levantándose del sillón y abriendo una de las cajas- sería bueno que me ayudaras. Ábrelas con total confianza y ayúdame a poner las cosas en su lugar- su cola se movió entusiasta- no creo que encuentres nada muy personal... seguramente sólo hay adornos y ese tipo de cosas.

Se arrodilló, para abrir la primera caja, que contenía algunas medallas y trofeos. La apartó con frialdad. Definitivamente, no era lo que estaba buscando. Abrió una segunda caja que estaba repleta de cartas que le habían enviado tipos con los que alguna vez se había acostado, cartas sin responder de personas de las cuales no recordaba nombres por lo que los llamaba "juguete sexual uno, juguete sexual dos, juguete sexual tres..." y así, con una crueldad que podría parecer inhumana.

Vaya porquerías... ¿por qué las traje? No me interesan... Luego las quemaré.

Estaba por apartar esa caja pero algo duro que se hallaba al fondo lo detuvo. Sacó el objero con cuidado. Su mirada se iluminó como por arte de magia. El álbum de fotográfias de su infancia. Lo ojeó, descubriemndo que entre sus páginas se hallaban algunas cartas, dibujos y otras cosas. Lo abrazó con ternura.

¿Por qué motivo lo deje entre tanta basura?

Supuso que con la emoción del viaje ni siquiera se preocupó de donde guardaba las cosas. La voz del pelinegro sonó en su cabeza, alejándolo de sus problemas con el orden. Miró lo que tenía en las manos y no pudo contener la sonrisita inocente. Se colocó al lado del joven, dejó, con cuidado, el album de fotos a su lado y tomó al conejo de felpa.

- No tiene nombre- contestó, aunque era mentira- creí que lo había perdido- eso si era cierto- entre los cinco y los seis años tenía dificultades para dormir así que mi príncipe me lo entregó. Claro que, para ese entonces, era blanco, tenía ojos y un listón azul- acarició la tela del muñeco, percatándose de que le había faltado decir que era suave- fue un buen método, pero el conejo terminó durmiendo solo en mi cama- una risita entre pervertida e inocente salió de su boca- puedes reirte si quieres- dijo, comenzando a reir, sin motivo aparente.

Parecía ser que las risitas se habían apoderado de la casa. La última pregunta lo había hecho reír aún más, pero también le había traido lindos recuerdos.

- ¿Sofá?- cuestionó, con un divertido aire malicioso- la cama de mi príncipe no era ningún sofá- rió ante la confesión- un día, llegué llorando a su habitación, diciendo que el conejito no había tenido efecto. Aunque era mentira- hizo una pausa al pensar que no todos los niños de esa edad mienten para estar cerca de su ser amado- a regañadientes, mi amo me dejó dormir con él. Eso se hizo costumbre, a pesar de que en un principio no le agradaba la idea, y de que todo era un secreto entre los dos- suspiró. El recuerdo de tan dulces e inocentes momentos provocaron que sus orejas se movieran despacio- luego, ninguno de los dos podía dormir sin el otro- imaginó que sus palabras estaban sonando demasiado románticas, al punto de aburrir- ¡pero no vayas a pensar que tuve sexo con él desde esa edad!- bromeó, para borrar el aire en extremo meloso.

Desvió la mirada, como para perderse en sus pensamientos. Abrazó al conejito. Tales recuerdos parecían tan lejanos, casi como si nunca hubiesen existido.

- Ten- estiró sus manos, que sostenían al conejo- sé que está horrible en comparación a como era antes, pero quiero que te lo quedes- sonrió leve pero dulcemente- cuando no puedas dormir, te ayudará. Es mágico- sus palabras sonaron inocentes.

Le alegraba ver que le menor pareciese contento con estar alli, que se mostrara entusiasta y bromista. También pudo notar la extraña emoción que invadió a su esclavo con la entrega del obsequio, mas no dijo nada al respecto.

- Tu pregunta me suena a excusa para terminar durmiendo en mi cama- bromeó, entre risas- eso no funciona conmigo. Recuerda que usé el mismo truco.

Tomó el album de fotos que había dejado a su lado instantes atras. Se paró del suelo, observando que aún quedaban bastantes cajas por abrir.

Esto llevará tiempo...

Dejó el album sobre la mesa y volvió a arrodillarse en el suelo, abriendo otra caja que contenía jarrones de adorno, con bonitos y extravagantes diseños.

- ¿Hiciste alguna tontería para estar cerca de alguien a quien apreciabas?- preguntó, repentinamente, con curiosidad, a la vez que se preparaba para abrir otra caja.