Aquella mañana hacía calor, tanta que casi no podía respirar, tal vez eran aquellas cintas de cuero negro con las que lo habían vestido, las que le quitaban espacio a sus pulmones para llenarse de aire, tal vez... era el nerviosismo de saberse "libre" de aquel lugar donde hubieren hecho de todo con su menudo cuerpo: el laboratorio.
Yacía recostado en su jaula, donde había permanecido desde que tenía razón de ser, de la cual conocía cada centímetro a pesar de no poder ver. Sus dedos reconocían cada una de las texturas tanto del suelo, como de las paredes, las cobijas que le habían puesto con el fin de que se acomodara.
Sentía como la cabeza le daba vueltas, llevó una de sus manos hasta ésta un tanto perdido. De la nada fue arrastrado por una mano más grande hasta otro lugar. Ya acostumbrado a que lo trataran así no dijo nada, qué más podría decir un simple esclavo, si no tenía derecho ni a sonreir.
La ropa le fue quitada con algo de cuidado y luego lo metieron a una tina de agua tibia, le asearon, hasta usaron shampoo en su cabello, aquel aroma que inundaba el lugar le produjo algo de alivio, se sentía bien a pesar de que le tiraban de vez en cuando los mechones plateados con el fin de dejarlo bien acicalado.
Teníq que quedar completamente deseable para que alguien se interesara en él. No podía hacer mucho en su condición, por lo que era uno de los esclavos relegados al último escalón de la jerarquía... o posición. Quién desearía a un ciego, no podía cocinar, ni servirle adecuadamente a su amo mas que en la cama.
A pesar de ello, le habían entrenado como guardián, sólo aquello podría hacer, cuidar al que lo llevara consigo como a una bestia rastrera, pero ni eso, era considerado una carga más o eso era lo que él suponía, pues siempre le estaban dando a conocer su poca valía.
Una vez que estuvo limpio, le secaron con cuidado para no dañar su pálida piel, le vistieron adecuadamente, colocándole correas tanto en el cuerpo como en la boca, como si con ello le hicieran parecer más llamativo.
Hund sólo se sentía un tanto adolorido.
Lo llevaron hasta la sala donde quedaría a vista y paciencia de quien pasara por allí. Cuando ya no sintió aroma de otra persona alrededor, gateó en la nueva habitación hasta encontrar algo más frío y se levantó con las manos pegadas a lo que era nada menos que un enorme ventanal, allí mecía lentamente su cabeza de costado a costado sin poder ver nada, llevaba gruesas correas de cuero sobre sus párpados que sus cabellos plateados cubrían con inusual delicadeza.
Allí permaneció, a la espera de escuchar algún sonido o sentir algún aroma que le llamara la atención.