Ya casi estaba dormido cuando Jahi le abrazo, el neko sólo se acomodó levantándo un poco la cabeza para apoyar suavemente el puente de la nariz en el mentón de su amo y se quedó ahí.
Se durmió profundamente y poco a poco su abrazo se fue relajándo hasta que sus brazos quedaron laxos rodeándo el cuerpo de Jahi. Sólo de vez en cuando los recogía un poco hasta sentir a su amo y luego volvía a relajarlos.
Su sueño era tranquilo, sin pesadillas, ni gritos, ni nada. El neko dormía tranquilamente con una suave y dulce extresión en su gatuno rostro.