¿Quién se iba a esperar encontrar en aquel lugar al dueño del casino? ¿La verdad? Es que nadie. Salvo los empleados, que miraban entre asombrados y perplejos a su patrón bailar casi como un quinceañero de la calle, el resto de usuarios de la sala parecían divertirse en aquella fiesta noctunar sin cierre.
El ruido lo había sacado de su concentración y, eso, era bastante difícil. Caín era el dueño del casino; raro verlo divirtiéndose. Mas, por aquella noche, se sentía liberado de muchos pensares. Esa noche sentía que podía hacer lo que quisiera sin esperar consecuencias. Tiempo atrás se habría cuestionado su actitud, pero ya no. Disfrutar la noche, así lo llamaría sí alguien le preguntaba qué hacia allí.
Llevaba la ropa suelta. El chalequito abierto; la camisa con los primeros botones abiertos; la corbata la perdió en algún momento; el sombrero de copa estaba en el despacho junto al chaleco (que no es lo mismo que el chalequito)... A pesar de mostrarse siempre serio y receloso, por unas horas lo dejaba de lado para abrirse a los demás; así se ganaba las pocas amistades que tenía.