Continuó con sus succione y lamidas, rozando suavemente con los dientes. Escuhó el suspiro y aumentó la velocidad de los vaivenes.
Sabía que tendría que trabajar bastante para arrancarle un buen gemido, y por ello no cesó con sus lamidas a lo largo de su hombría.
Recorrió con la lengua el espacio que aún no había lamido y ahora podía acceder a él gracias a la apertura de las piernas. No dejó su miembre solo, cuando no lo lamía, su mano se encargaba de la fricción.
Cerró los ojos sintiendo las manos de Armand en su cabeza y suspirando.