Reticente a los cambios [Libre]

Algo tenían los cambios que hacían que todo el cuerpo de Sho se estremeciera. Sabía que no todos los cambios eran malos, pero significaban perder la seguridad y comodidad de lo conocido. Esa mañana, cuando lo fueron a buscar para llevarlo a la sala de exhibición, Sho supo que comenzarían los cambios. Saldría de las paredes cálidas de la Corporación y se iría con quién sabe qué persona para hacer quién sabe qué cosas. Y no le gustaba.

A diferencia de muchos esclavos, él era feliz en Hanori, era el único hogar que conocía y la mayoría de las personas eran bastante agradables. En cambio, no sabía cómo eran los de afuera y eso lo aterraba. No quería que lo comprara alguien violento o malo, Sho estaba en contra de todo ese tipo de manifestaciones; no quería alguien que pensara que sólo por ser un esclavo no tenía opinión o sentimientos. Era alguien, no muy importante y bastante menos que los demás, pero era alguien al fin y al cabo.

Ahora se encontraba en esa especie de cubículo y se sentía demasiado incómodo. Sus mejillas estaban coloradas y sus manos temblaban ligeramente. Jamás pensó que lo vestirían de esa manera. En la parte de abajo tenía un pantalón de una tela que se transparentaba mucho para su gusto y en la parte superior tenía una camisa de la misma tela que le habían dicho que tenía que llevar abierta. Se sentía como un pedazo de carne y Sho no quería ser eso. Quería que quién lo quisiese comprar lo hiciera por sus cualidades y talentos, que no eran muchos según él, y no por cómo se veía su cuerpo.

Le habían dicho que tenía que conversar con los clientes que se le acercaran, pero le daba demasiado miedo arruinar todo, así que se sentó en un rincón, tratando de mirar lo menos posible a la ventana y esperó; esperó a que se le pasara el rojo de las mejillas, el temblor de las manos y que llegara el momento en el que lo llevaran de vuelta a su habitación.

Era evidente que no podía continuar así. Una cosa era que tuviese el dinero para vivir solo y el deseo de hacerlo y otra muy distinta era que fuese capaz de mantener la casa ordenada y prepararse la comida; incluso la misma idea de sobrevivencia estaba en tela de juicio si era él el encargado de su propia vida. No era su culpa, se decía él, puesto que nunca en su vida tuvo necesidad de hacerse cargo de otra persona o inclusive de él mismo. Pero ahora...

Suspiró, mientras entraba en las instalaciones de la compañía Hanori, resuelto a salir con un esclavo sí o sí. Era una obligación, le habían dicho sus padres y, ciertamente, tenía que acatarla o de lo contrario, era probable que terminaran imponiendo su voluntad y le mandaran a vivir con él. Avanzó a través de los pasillos, dirigiéndose a al sala de muestras. Y bien, cierto era que no le haría mal algo de compañía, alguien que le ayudara en las labores del hogar y con quién acostarse en su propia casa cuando quisiera, aunque no pensaba realmente que eso fuese primordial. Finalmente, las puertas de la sala de muestras se alzaban frente a él y con facilidad las abrió, entrando.

Lo primero que se observaba y prácticamente lo único, eran las vitrinas de cristal en las que estaban los esclavos. A través de aquellas ventanas podían verse a esas personas, vestidas con ropa que no dejaba nada a la imaginación. "Para que el cliente sepa lo que compra" pensó, fríamente, acercándose a uno de esos cristales, asomándose, observando a uno de los esclavos. Seifred no estaba solo en esa sala. Varias personas a su alrededor buscaban lo mismo que él: un esclavo útil para lo que ellos desearan. Era fácil notar quienes iban en busca de alguien lindo o sexy y quienes por alguien útil. Había quienes conversaban con los esclavos y otros que sólo les miraban, apreciando su belleza o haciendo propuestas indecorosas. De esos métodos, decidió escoger el primero. Para coquetear, acosar o lo que fuese, habría otros tiempos y otras personas.

En fin. Se encogió de hombros, como diciéndose a través de su propio cuerpo, en su lenguaje, que aquello no era algo tan importante. Una decisión más en la que tendría que tomar lo mejor y desechar lo inservible. Enumeró en su mente las cualidades que buscaba para un esclavo y finalmente se aproximó a uno de los cubículos donde un chico, joven, de más o menos su edad, quizá un par de años menor, permanecía. Sus ropas casi traslúcidas se le pegaban a la piel y por un instante Seifred pensó en lo incómodo que debía ser el llevar eso puesto. Suspiró, apenas audible y se acercó más, hasta estar lo suficientemente cerca del chico para apreciar sus rasgos con precisión y hablarle.

- Hey... - Llamó su atención, mirándole con casi desinterés. Una conversación, ver si era adecuado, comprarlo sí era el caso o no hacerlo y fin de la historia.- ¿Cómo te llamas?

Los esclavo que estaban cerca de él se movían y mostraban su cuerpo. Sho sabía que si quería que lo compraran debía hacer algo parecido, pero en realidad él no quería que eso pasara. No quería que alguien lo comprara sólo para tenerlo físicamente. Además, estaba el hecho de que sabía que tenía que ser terriblemente malo en ese aspecto. ¿Cómo no serlo? No tenía experiencia alguna y le daba vergüenza incluso mirarse él mismo en un espejo. No era atractivo, lo tenía claro. Era demasiado delgado, se ponía colorado con facilidad y no dejaba de temblar; esas eran no gustaban. Lo hacían sentir torpe y poca cosa.

Abrazó sus rodillas con un poco más de fuerza y suspiró. ¿Por qué cuando quería que el tiempo pasara rápido, éste parecía hacer todo lo contrario? Quería estar en su habitación sin hacer nada, estando tranquilo y seguro. Sho tenía bastante claro qué era la tranquilidad para él. Era estar solo, comer un pastel y simplemente mirar el techo. No necesitaba nada más para ser feliz... Bueno, quizás dos pasteles en lugar de uno.

Alguien lo llamaba. Levantó la cabeza y miró en dirección a la ventana para inmediatamente volver a esconderse entre sus rodillas. Sintió nuevamente el calor en sus mejillas, claro indicio de que estaba colorado de nuevo, y el temblor que comenzó en sus manos. ¿Por qué tenía que temblar? Cada vez que lo hacía pasaba algo malo. O se reían de él o se le caía algo. ¿Quién querría un esclavo tan torpe? Llevó sus manos hasta sus pantalones y los alisó un poco, en un tonto intento de estar "presentable". No sabía por qué quería estar presentable. Todo en él era una contradicción. Pero tenía claro que si no hacía lo que esperaban que hiciera, las consecuencias serían desagradables.

Preguntaban su nombre. Se estremeció y levantó un poco la cabeza, pero sin mirar a la persona que le hablaba. A veces creía que eran un problema ser tan tímido, que era algo que a muchos no les gustaría. Claro, tenía la impresión que la mayoría buscaba esclavos atrevidos y extrovertidos, no como él. Suspiró nuevamente y abrió la boca mientras trataba de darse el valor necesario para que su voz no tartamudeara tanto.

—S-sho... M-mi no-nombre e-es S-sho, s-señor.

Fracasó estrepitosamente en su intento de no tartamudear. Seguramente su tartamudeo alejaría a la persona, quien se iría a buscar a alguien con más cualidades que él.

Esperó. Con la mirada fija en el jovencillo, esperó a que respondiese a su pregunta, sin dejar escapar de su escrupulosa mirada un sólo detalle. Así eran los negocios, debía conocer le producto a la perfección y, dado que la transacción actual tenía por objeto un humano, debía estar aún más atento. Las personas no tenían manual incluido ni una cajita que dijese cuál era el comportamiento esperado, ni enlistaba sus habilidades y defectos. Esas eran cosas que debían averiguarse con el tiempo, cosa que él no tenía del todo aún, así que debería fiarse de la primera impresión y de lo que el análisis que hiciera en ese momento le dijera. Primero, había notado un punto a favor y era que encontraba en el chico cierta timidez, algo de precaución, algo contrastante con algunos otros a los que había visto en el camino. El chico no exhibía su cuerpo como queriendo venderlo, al contrario, parecía bastante incómodo con ello. Obligado, como otros tantos, pero sin furia. Con algo de resignación que le daba un aire un poco triste.

Le notaba sonrojado, probablemente por la vergüenza. Pudoroso, pensó entonces en ese calificativo para él y sonrió levemente. Le gustaban las personas con más actitud, más fuertes y sin embargo, no podía evitar que un atisbo de ternura le invadiese por instantes muy efímeros. También la manera en que se alisaba las ropas, en ese burdo intento por algo de arreglo. Bien, captado también, entendido. La sonrisa continuó, muy ligera, muy pequeña y apenas perceptible y continuó igualmente con la mirada dura y firme clavada en él, en todos y cada uno de sus movimientos. Pero el chico no le miraba. No podía encontrar Seifred sus ojos. Los veía, pero su mirada permanecía baja, distante. "Deben haberle enseñado todo eso de la mirada baja y el resto de patrañas", calificó, frunciendo el ceño, aunque relajándolo en cuanto el primer hilo de voz llegó a sus oídos.

Tartamudeaba. Bueno, ¿quién no? Estaba nervioso, antes una mirada extraña y fija, con aquellas ropas que el dejaban más desnudo que vestido. ¿Cómo no ponerse nervioso y tartamudear? "le estás otorgando demasiadas licencias" se regañó Seifred a sí mismo, porque aquello de ser duro y crítico a la hora de hacer esa compra no estaba resultando. Todos sus intentos de mantenerse imparcial y frío respecto a esos seres humanos usados como esclavos no funcionaban. Sentía. Sentía pena por ese chico que estaba ahí, frente suyo, posiblemente obligado por terribles circunstancias a hacer lo que estaba haciendo, tal vez creado exclusivamente para no ser más que un juguete sexual. Sentía ternura por la manera en que su voz parecía un poco rota, insegura y sentía también desagrado por la debilidad que captaba y la resignación que podía palpar en ese chico.

- Mucho gusto, Sho. - Habló finalmente, luego de una pausa, cruzándose de brazos, porque no sabía bien qué hacer con las manos, porque quizá inconscientemente de ese modo imponía una barrera entre ambos para poder detener sus propios pensamientos y emociones respecto al chico y así ser un poco más objetivo.- Dime, ¿qué es lo que sabes hacer?

Preguntó. Pero en realidad no importaba mucho lo que supiera. La idea de llevarlo y que enseñarle le tentaba, aunque casi no tuviese tiempo para ello. "No, Seifred, no te precipites" se repitió, como seguro lo seguiría haciendo más veces. Aunque, probablemente, la decisión ya estuviese tomada y todo fuera mero formalismo.

Sabía que lo estaban evaluando. Que la persona que estaba frente a él observaba todos sus movimientos para hacerse una idea general de su carácter. Sho estaba seguro que las cosas no estaban saliendo de manera favorecedora para él, ¿cómo podía ser? Su inseguridad y timidez, así como también el halo de inexperiencia que lo rodeaba debían espantar a cualquiera. Se mordió el labio y levantó la cabeza levemente para echarle una fugaz mirada a su interlocutor. No parecía una mala persona, pero tampoco parecía una persona demasiado perceptiva o amable; seguramente era de esa clase de personas que no confiaban en nada ni en nadie y que sólo se dejaban conocer por poquísimas personas. Suspiró y, en un impulso extraño en él, levantó más la cabeza en un intento de mirarlo a los ojos aunque fuera por unos segundos.

No pudo sostener aquella mirada. Pasaron menos de tres segundos y Sho estaba mirando el suelo nuevamente con una mueca en sus labios, como si se avergonzara de sí mismo. Estaba haciendo todo mal, lo sabía. En la Corporación le habían enseñado que debía ser audaz y tener personalidad para así llamar la atención de los clientes, pero para el muchacho era francamente imposible mostrarse de una manera que no era. Tenía claro que si seguía así jamás saldría de ese lugar, pero él realmente no estaba seguro de querer salir. ¿Para qué? La mayoría de las personas sólo querrían aprovecharse de su estúpida inocencia y si había algo a lo que Sho le tenía miedo era a que alguien se aprovechara de él.

Las personas, por lo general, se aprovechaban de los más débiles, se respaldaban en la ley de supervivencia, la ley del más fuerte. Por eso temía acercarse a los demás, porque sabía que tarde o temprano le harían daño, despreciarían su forma de ser y, en una de esas, terminarían burlándose de sus hábitos y manías. Era en ocasiones como éstas en las que odiaba a las personas de la Corporación por haberlo creado así, tan tímido, tan ingenuo. A veces creía que si fuese como los demás tendría más oportunidades de ser llamativo para el resto, y otras veces creía lo crearon así porque las mismas personas de ese lugar no querían que nadie lo comprara para quedarse con él.

Escuchó la pregunta y volvió a ponerse colorado. ¿Qué sabía hacer? La verdad es que lo habían "entrenado" en todas esas cosas que un buen esclavo debía saber y por eso la pregunta lo puso nervioso. ¿Cómo se contestaba algo así? Podía comenzar a enumerar todo o podía decir "sé lo indispensable"... No, eso no iba a funcionar. Un escalofrío recorrió su cuerpo y Sho quiso poder enterrar la cabeza en la tierra y quedarse allí para siempre. Desechó esos pensamientos y tomó aire, tenía que responder a la pregunta.

—S-sé hacer a-algunas c-cosas... C-cocinar, s-satisfacción, t-temas de c-conversación...

Después de decir eso último se tapó la cara con las manos. ¿Cómo alguien le iba a creer que sabía variados temas de conversación si tartamudeaba sólo por decir su nombre? Era un completo fracaso y jamás lo comprarían.