Investigando... que lugar más acogedor. (Saito Kaya)

“Menuda mierda de encargo… esta a la altura del lugar” pensó asqueado. A ver, ¿por qué había accedido a hacerlo? ¡Ah, si! Por lo que le pagaban, principalmente. Y eso que solo tenía que investigar sobre un tal Saito Kaya… por lo que le habían contado era hijo de la familia mafiosa Kaya, que tenía cierto renombre, y no del bueno. Al parecer el hijo de tan “prestigiosa” familia iba por su aire en ciertos negocios turbios, fiel al negocio familiar. Y aprovechando esa soledad, la policía estaba planeando echarle el guante. Pero necesitaban pruebas, y bastante buenas. Él, al ser miembro aparte de la policía, pensaron que podría tener más facilidad para obtener datos que a la gente uniformada y con placa les hubiera costado horrores conseguir.

“Bueno, eso de que sea fácil para mi ir preguntando es relativo… a veces tengo que recurrir al señor dinero, y otras veces a mi amiga, la pistola oculta” pensó, de un humor delicioso.

Miró a ambos lados, y vio a un par de pobretones en torno a un contenedor en cuyo interior ardía un pobre fuego. “Por algún lado tengo que empezar…” pensó, haciendo una mueca irritada, intentando darse ánimos.

Metió las manos en su larga gabardina negra, la más modesta y discreta que tenía, y rozó con los dedos la foto del tipo en cuestión que estaba investigando y su querida pistola. La de veces que le habría sacado que un buen atolladero… pero volviendo al tema, cuando le vieron acercarse, esos dos tipos alzaron la vista y lo observaron con ojo crítico y desconfianza.

“Después de esto me voy directo a darme un baño con el agua hasta arriba en mi casa, y a tomarme una cerveza” pensó, para animarse.

-Discúlpenme, caballeros…-

Uno de ellos se rió, escandalosamente, al oírle.

-¿Has oído? ¡Nos ha llamado caballeros!- le dio un codazo a su compañero.

Jin carraspeó.

-…me preguntaba si habían visto a este hombre por aquí- continuó, como si nada hubiera pasado, sacando la foto del bolsillo.

Aún con una sonrisa burlona, ambos miraron la foto.

-Vaya, pues no sé… es que tengo una memoria tan mala- sonrió maliciosamente uno.

“Ya estamos…” suspiró. “Siempre el mismo juego… que poco original es la gente a la hora de pedir”

-… ¿esto les podría refrescar la memoria?- dijo tendiéndoles un fajo de billetes que sacó de su otro bolsillo.

Les brillaron los ojos, y le recorrieron con la mirada de arriba abajo. Hasta uno se relamió. “Bueno… ¿otra vez?” resopló, aburrido e irritado. A veces también le pasaba lo que intuía que le iba a pasar.

-La verdad, es que estábamos pensado en otra cosa… como estamos tan solos y tú tienes tan buen culo…-

Al llegar a ese punto Jin se hartó, y no quiso seguir escuchando las barbaridades que seguramente hubieran dicho. Su amiga la pistola salió a la escena, y les cambio la cara al instante.

-L-La verdad es que a veces va a un bar que hay a dos calles de aquí…- le informaron rápidamente. “Mira que obedientes son ahora” pensó con sorna. Se guardó el dinero.

-¿Cómo se llama ese bar?-preguntó, atento.

Se rieron: -No tiene nombre, pero tranquilo, lo reconocerá, es uno de los pocos que hay por aquí- le dijo uno de esos indeseables. –Pero a alguien como usted no le recomendaría entrar, huele a señorito pijo que apesta-

-Gracias por el consejo- replicó Jin, desdeñoso.

-Allá tú, es tu piel…- se encogieron de hombros, volviendo a lo suyo.

Tras una ultima mirada, Jin se apresuró en ir al dichoso lugar. La verdad es que no era muy difícil de encontrar, sobre todo por la actividad que había en su entrada… un par de prostitutos, luego en un callejón dos personas discutían bajo el reflejo de unas navajas, y un par de borrachos tirados en la entrada. “Jesús… esto mejora por momentos…” pensó con desagrado. Sin embargo, el dinero era el dinero, y tenía que averiguar algo del esquivo Saito Kaya.

Cuando entró el silencio que se creó y las miradas que recibió de los parroquianos ya le anunció que no era buen sitio. Intentando mostrarse frío y tranquilo se encamino como pudo a la barra, pues el lugar tenía poca iluminación para su gusto. Había mesas y sillones repartidos por todo el lugar, incluso algunas mesas estaban apartadas, y eran las que parecían “mejores”, e impedian ver a sus ocupantes. El barman le dedicó una mirada de cariño “tan encantadora” como las demás. Ese hombre era algo inquietante, sobretodo por la cicatriz que surcaba su cara.

-¿Qué quiere?- le preguntó de malas maneras, en cuanto se sentó en un taburete, de cara al barman.

-… quería saber si alguna vez ha visto a este hombre por aquí- le volvió a enseñar la dichosa foto. –Se llama Saito Kaya…- añadió para ver si le refrescaba la memoria.

Dos de tres veces era las que se escapaba del fuego. Las maldiciones y risas ahogadas de los hombres a su alrededor burlaban al perdedor. Y claro, la quemada mano de uno de sus hombres era el motivo de las bromas.

El juego era simple e infausto. Consistía en una simple regla; ganarles a las llamas. Un elegante encendedor de plata era el árbitro. Con un duelo de miradas, el retador tenía que apartar la mano antes de que el fuego del encendedor lo alcanzara.

Un excelente pasatiempo para el infame lugar donde se encontraba. Los camellos, prostitutos y pseudonarcotraficantes que se mostraban en esa oscura cloaca, daban solo una llamativa imagen para cualquier mercenario.

Algo que podría incluirse en su caso. Al estar rodeados con tres de sus mejores hombres en una apartada mesa con apenas la rojiza luz de una vieja lámpara. Era la mesa más alejada del lugar. Donde tenían una excelente vista de quien entraba y quien salía sin ser detectados con facilidad.

La prueba de ello, fue la silenciosa entrada del misterioso desconocido que había ingresado en el bar. A pesar de la poca iluminación, había capturado algunas características del extraño para sacar prontas conclusiones. Al ser un rostro nuevo, y percibir el magnetismo alrededor del desconocido. Podría asegurar que se trataba de un extranjero. Un extranjero en aquellas peligrosas zonas.

No perdiendo detalle del viejo barman y su nuevo cliente, esperaba la simple señal que daría su aliado para presentarse. Apartando la mirada al oír una maldición de sus compañeros, perdiendo por última vez en el juego.

-Basta de juegos infantiles…-

Ganando sin ninguna derrota, guardó su brillante encendedor en el negro abrigo. Haciendo con un leve movimiento de cabeza el gesto que hizo que sus hombres se levantaran de la mesa para perderse entre el bullicio y las afueras del bar. Conocían la rutina a la perfección.

Por lo que acomodándose mejor en la oculta mesa, miró hacia el desconocido hombre adivinando con una prepotente seguridad que era lo que buscaba. La mirada cómplice del barman era lo único que esperaba para comprobarlo. Era una suerte que aquella noche estuviera frente al bar, y no en la separación privada. Un cuarto oculto de largos pasillos y puertas oscuras. El hedor a sangre y drogas era insoportable en tal escondite.

Ya supo que no iba a decirle nada el barman antes de que abriera la boca. Ni siquiera se inmutó cuando tres individuos de aspecto poco aconsejable pasaron por detrás suya.

-Quizás si, quizás no- meneó la cabeza el siniestro hombre, empezando a limpiar con un trapo muy sucio un vaso de peor aspecto.

Sin embargo, no llevaba los años que llevaba siendo policía e investigador privado para nada… hubo un leve destello en la oscura mirada del hombre, cuando sus ojos se dirigieron durante un segundo a la esquina más alejada y oscura del bar. Guardó la foto, y dijo con una leve sonrisa irritada:

-Gracias por nada…- giró levemente la cabeza para observar hacía donde se había clavado la mirada el barman… no percibiendo apenas. ¡Mierda, estaba demasiado oscuro! Solo podía distinguir a un hombre. Y tampoco podía acercarse como si tal cosa y soltarle quien era en tal sitio, porque sino dentro de cinco minutos estaría criando malvas en uno de los callejones laterales de glamuroso bar. Y que decir de contarle su verdadero propósito… Tsk. Que asco de encargo. ¿No había pensado eso ya?... En fin. Que tenía que darse prisa y conformar si esa era su presa. No quería alargar mucho su estancia allí. Sobre todo porque estaba notando algunas miradas sobre él que no le estaban gustando nada. “Ja…ja… ¿Quién dijo que la vida de investigador privado es interesante y emocionante?” pensó, al sentir como una mano se posaba en su hombro.

-Ey, ey, ey… -dijo una voz en su oído, que apestaba a alcohol. -¿Qué hace un buen culo como tú en un sitio como este? ¿Quieres animar con él al viejo Ryan?- se rió, borracho perdido.

“…” se giró, con una candida sonrisa, y agarrando la mano posada sobre su hombro… ¡crack!... el siniestro ruido de dos dedos al partirse lleno el bar.

Los alaridos de dolor del individuo llenaron el bar al instante. Algunos parroquianos se echaron a reír, burlones, mientras que los compañeros del tal Ryan acudían rápidamente en su ayuda. Pero la pistola de Jin salió de nuevo a relucir, y les quitó súbitamente las ganas. Cogieron a Ryan, que estaba luchando contra ellos para abalanzarse sobre Jin, furioso, y se lo llevaron, entre susurros de futuras desgracias hacia su persona.

-Cada vez me gusta más este sitio…- comentó con un suspiro, guardando la pistola… no muy lejos.

-No se permiten peleas aquí… la sangre luego se quita muy mal- le avisó el barman al oírle.

-Descuide, me iré a un sitio donde provoque menos…-le anunció, levantándose. La oportunidad perfecta para ocupar una de esas mesas tan escondidas… ¿podría ver así mejor al misterioso ocupante? –Tráigame una cerveza- le pidió de paso, para no levantar sospechas. “Aunque no sé si es muy sensato pedir aquí una cerveza…” pensó, con una mueca.

Se encamino a las susodichas mesas, eligiendo la más cercana al esquivo hombre, y antes de sentarse se permitió observarle con más atención… ¿seria posible? ¡Era él! Esto si que había sido rápido… ahora solo tendría que vigilar todos sus movimientos y seguirle como su sombra a todas partes… ¡que suerte la suya!... aunque desde luego la foto no le hacía justicia, sobre todo por los ojos… nunca había visto unos ojos como esos, y eso que la iluminación del lugar no era precisamente intensa, para permitirle verlos en todo su esplendor. Apartó la mirada rápidamente, dándose cuenta que lo había estado mirando más tiempo del aconsejado para la salud, por lo que se sentó con aparente calma en el sillón, cruzando las piernas, y colocando las manos en su regazo, esperando la cerveza...

Había calmado a sus hombres con una severa mirada. Al ver como sus "perros guardianes", situados en diferentes puntos del bar, estaban dispuestos a lanzar la primera mordida por el pequeño alboroto. Incidente protagonizado por el mismo extranjero y uno de sus clientes.

Manteniéndose al margen. Solo había sonreído al escuchar los quebrados dedos del atacante. Algo que le parecía esplendido. A pesar de que era un excelente cliente, el pervertido viejo había recibido lo que se merecía.

Volviendo a mirar con renovado interés al desconocido hombre...

Estiró los brazos hacia el borde de los vacíos puestos. Inclinando su cabeza mientras alargaba su sonrisa en una insolente posición. Llegando incluso a soltar una pequeña risita. Comenzaba a sentir los dormidos indicios de adrenalina sin necesidad alguna de alterados narcóticos. El suspenso de rozar lo aparentemente desconocido le emocionaba sin límites. Había pasado mucho tiempo desde que no enfrentaba a un verdadero reto.

A pesar del desconcierto, había confirmado sus sospechas. Un policía. Un policía al parecer de encubierto (inicialmente) por el bajo mundo. Sino fuera por el espectáculo montado por su pistola, habría tardando un poco más en descubrirlo.

Un descubrimiento que convertiría en juego...

Por lo que aventajado con la discreta señal del propietario. No había apartado sus ojos del policía, hasta mirar como se acercaba próximo a su mesa. Sonriendo divertido ante el breve enfrentamiento de sus miradas.

Comenzaba el juego...

Deteniendo el avance de un dopado e improvisado mesero. Se levantó tomando el enorme tarro de cerveza que portaba. Ignorando al drogado adolescente, caminó con lentos y seguros pasos hasta el policía. Dejando con un intencional golpe, el frío vaso de cerveza en una de las bajas mesas del sillón. Justo enfrente del agente.

-...Cortesía de la casa...-

Retirando sus dedos del sucio cristal. Guardó sus manos en los bolsillos de su pantalón. Mirándole con una maliciosa sonrisa en espera de la pronta y repentina reacción por su acercamiento.

¿Pero bueno, pero cuanto iba tardar ese barman? Por lo menos su “presa” estaba siendo modosita, y tras un cruce de miradas no había vuelto a moverse… hasta ahora. Joder, solo lo había tenido que pensar para que se fuera, ¿se iba del bar? ¿Ya tendría que seguirlo? Tsk, y sin siquiera pegar un trago.

Iba a girarse para levantarse y seguirle cuando un golpe frente a él le sobresaltó. ¿Otro patético acosador?... Ehm. No. De hecho era el mismísimo Saito Kaya. Él mismo le había dejado su cerveza sobre la mesa.

-...Cortesía de la casa...- le dijo.

Esa frase no hizo sino hacerle mirar de manera desconfiada la cerveza. ¿Le habría echado algo? ¿Veneno, droga, mata-ratas? Cualquier cosa valía para el fino arte del asesinato…

Joder, si estaba viviendo tanto en ese sitio era por desconfiar. Y más, si quien se lo ofrecía era su presa.

-Oh, vaya, gracias, que amable por su parte- no pudo evitar decir con cierto sarcasmo. “Contrólate” se reprendió. No convenía cabrearle, no todavía, al menos. -¿A que se debe tal honor?- preguntó con aparente cortesía. –Es que visto lo visto, no puedo evitar desconfiar en usted y en lo que me ha traído- señaló con un breve gesto la cerveza.

Ahora que lo tenía delante pudo observarle mejor. Era alto y de complexión fuerte, con cierto acento ruso en la voz. Un mechón de su pelo negro tapaba uno de esos espectaculares ojos. “Un desperdicio…” no pudo evitar pensar. “Podía haberse dedicado al modelaje si hubiera nacido en otro ambiente y en otra familia”

Arqueó una de sus cejas, empezando a cruzar los brazos sobre su pecho.

Manteniéndose en la misma posición frente al pelinegro, no pudo evitar mirarlo con preponderancia desde arriba. Recorriendo con una rápida mirada el resto del bar. Se percató que no eran ignorados y diferentes ojos estaban atentos a sus personas. Al igual que la atención de sus hombres.

Solo bastaba un gesto para crear un revuelo que ocasionaría la guerra contra el policía. Pero eso era lo que menos quería con el agente. Al menos hasta que averiguara sus verdaderas intenciónes.

Por lo que sentándose en el rústico sillón frente al hombre, sin importarle si era invitado para instalarse, lo miró con una burlesca sonrisa.

-...¿Qué es lo que ha "visto"?...Acaso no confía de la cerveza de mi amigo Jimmy. Debo decir que eso es un insulto para el bar...-

Terminando en reír suavemente, alzó ambos brazos como había hecho anteriormente, para acomodarse en el sillón con total confianza. Mirando de reojo la cómplice sonrisa del viejo barman ante la broma dicha por sus palabras.

Tuvo ganas de pegarle un puñetazo en el estómago para que se inclinara y perdiera ese aire que tenia de estar “por encima de las nubes”, observándolo todo desde las alturas, con esa sonrisilla, que le sacaba de quicio.

“Pero bueno… ¿y este de que va?” pensó indignado al notar que se estaba auto-invitando a su mesa. Estaba empezando a caerle bien mal… aunque el sitio no era el más propicio para mostrar buenos modales, ¿su familia mafiosa no le había enseñado? Tenia entendido que los mafioso tenían un gran respecto por las normas de conducta. “Pero quizás, como este va por libre, también va por libre su forma de ser…” suspiró para sí. “Que suerte” añadió irónico.

-... ¿Qué es lo que ha "visto"?... Acaso no confía de la cerveza de mi amigo Jimmy. Debo decir que eso es un insulto para el bar...- se rió. Y no se estaba riendo con él, ¡parecía estar riéndose de él!

“Ah… disfrutare cuando te metan entre rejas, este caso me esta empezando a motivar de verdad” pensó, con un cariz siniestro, ya tomándoselo como algo personal.

Sin embargo, sonrió a su “acompañante”.

-Creo que no he matizado bien… no confío en usted- ladeó la cabeza, echando un mechón rebelde hacia atrás. –Además, estoy seguro que este bar ha soportado cosas peores que mi “insulto”- apreció, recorriendo la vista con el bar. “Asesinatos, drogas, prostitutos, borrachos, traficantes, y por supuesto, mafiosos…” enumeró mentalmente, distraído. “Si, creo que un poco de todo eso”

Recargó su espalda en el respaldo del sillón, empezando a acariciar con la punta de sus dedos la suave tela del oscuro del mueble. A pesar de ser un bar de mala muerte, el contraste de los elegantes sillones le daba un aspecto excéntrico al local. Un exquisito toque decorativo para sus peligrosos clientes.

Miró por unos segundos un solitario prostituto que no había apartado los ojos de su dirección. No era el único hombre que posaba su atención en ellos. Sospechando que se debía más al misterioso policía y su vistosa arma.

Había algo más...

El policía era una luminosa luciérnaga entre todas las sanguijuelas del lugar. Cuidándose principalmente del arma de fuego, estaba la mayor parte del bullicio atentos a cada movimiento del pelinegro. Los horribles prostitutos y deformados hombres por heridas eran el principal panorama. Un hombre tan hermoso no ponía un pie en ese piso sin protección.

Controlando cualquier osado avance de los siniestros cazadores, denunciaba una especie de silenciosa protección con sola su compañía. Era más que respetado en ese bar y la sola presencia del mafioso imponía las reglas. Sacó de su abrigo una cajetilla de cigarros.

Posando de nuevo sus ojos en la persona del policía.-...¿Y porqué debería confiar en mí si apenas me conoce?...-Miró más detenidamente los particulares rasgos que le permitía la lúgubre iluminación capturar.-...Je. Apuesto que ya se ha dado cuenta que no es precisamente ignorado. Si un principio no lo era, ahora menos gracias al numerito de su arma...–Soltó una risita entre dientes, maravillándose con el largo cabello oscuro.-...Pero descuide. El que este sentado a lado mío, le da protección momentánea. Mientras no me amenace y me diga; ¿qué es lo que desea un hombre como usted en este lugar?...-Haciendo nota mental del parecido origen asiático que poseían. Terminó ofreciéndole un cigarrillo, posando uno mismo entre sus labios.

-No confío en usted, ni pienso hacerlo, pero esta bien marcar… ciertas garantías de seguridad- añadió lo ultimo con una sonrisa sardónica.

No pudo evitar girarse al notar un cosquilleo en su nuca… bastantes personas los observaban. Pero mientras solo se quedaran en eso… no quería imaginar como sería huir de allí si las cosas se torcían. “Una odisea” resumió una parte de su mente, de forma bastante acertada, pero suave. En realidad, seria un infierno. ¿Cuántas personas había en ese bar? Las suficientes para vaciar el cargador de su pistola y aún así estar en serios aprietos… y eso sin contar con su acompañante. Que a pesar de su mascara de amabilidad sabía que se cocía algo. Quizás de algún modo, (en estos sitios hasta las paredes tenían oídos) se había enterado. Y ese pensamiento no le consolaba principalmente.

“Bueno, si me voy al infierno, tu te vienes conmigo, una de mis balas tiene tu nombre si llegamos a ese extremo” pensó, notando el peso de seguridad que le daba su pistola oculta contra su muslo, a través de la tela.

Pero como si leyera sus pensamientos el misterioso y peligroso hombre, añadió:

-...Je. Apuesto que ya se ha dado cuenta que no es precisamente ignorado. Si un principio no lo era, ahora menos gracias al numerito de su arma... Pero descuide. El que este sentado a lado mío, le da protección momentánea. – “¿Y eso me tiene que calmar?” pensó, con una mueca. Que gracia que su objetivo fuera su vale de seguridad. “Retorcido destino…” pensó, fastidiado. -Mientras no me amenace y me diga; ¿qué es lo que desea un hombre como usted en este lugar?...- añadió el mafioso.

Genial. Esa pregunta podía indicar dos cosas: una, que sospechaba de él y que quería oír su respuesta, o dos: que ya lo sabía y quería una excusa verbal para liquidarlo.

A pesar de eso aceptó inmediatamente el cigarrillo. “Mierda, no debía haberlo aceptado tan pronto… ¿la cerveza no, pero si el cigarrillo?” pensó, reprendiéndose nuevamente. Pero no había podido evitarlo, le pudieron su nerviosismo y su tensión: necesitaba una buena calada para relajarse y pensar con mayor claridad.

Le miró a esos extraños y fascinantes ojos, rumiando varias respuestas viables en su mente. Al final optó por esta:

-Tranquilo, ya no quiero más escaramuzas por hoy, mientras no me obliguen, claro- añadió, dejando las cosas claras. –Y no esperara que le diga que hago aquí… estoy seguro que todos los de este bar tienen mas de un secretito… pues bien, yo también. Lo siento- se encogió de hombros, como si fuera inevitable.

Encendió el cigarrillo con el elegante mechero de plata. De una fuerte calada, expulsó el humo en una fina línea gris. Creando figuras serpentéales arriba de sus cabezas. Incluso una de las abstractas formas llegó a acariciar el rostro del policía.

Mirando de nuevo los ojos del hombre, repasó mentalmente sus palabras...

Le había parecido extraña su contestación. La desconfianza y altanería estaba más que puestas en la personalidad del policía. No era necesario mencionarlo. Había sospechado en encontrarse con un fuerte carácter. Algo que confirmaba con un asentimiento de cabeza.

-..."Secretito"...-

Sin poder evitar la sonrisita burlona que se estaba formando en su rostro. Repitió en un seco murmuró las mismas palabras que el agente. Percatándose del solitario cigarrillo del policía, para estirar solicitó una trémula llama de su encendedor.

-Entonces, "Señor Secretitos". Sea bienvenido a mi bar...-Retiró la llama, acomodándose de nuevo en el sillón para con actuado ademán, mostrarle gran parte del local.-...Como puede observar, todas las ratas sucias se manejan en paz. Así que no provoque a las bestias para otro derroche de sangre en el lugar. Pasare por alto el anterior espectáculo. Créame, nadie lo molestara ahora, en vista de darle la bienvenida...-Miró hacia uno de sus ocultos hombres. Percatándose de que este hacia una pequeña señal.-...Ahora, si me disculpa. Debo atender ciertos negocios que necesitan de mi voluntad.-Levantándose del sillón. Apagó el cigarrillo en la mesa, sonriéndole por última vez al policía, para encaminarse junto con sus hombres hacia la salida del bar.

Apartó el humo que se acercó a él con un leve gesto de la mano, haciendo que se crearan remolinos, que lo alejaron de su persona. No le gustaba que le tiraban el humo a la cara… era fumador, pero de ahí a que alguien se lo echara prácticamente encima quedaba fuera de cuestión.

-..."Secretito"...- le oyó decir, con ese tono de voz y esa sonrisita que tanto odiaba. Por su mente, como quien no quiere la cosa, pasó la idea de estrangularle… y le resultaba tremendamente tentadora. “No, stop, ya se encargara la justicia de él, y para eso tienes que hacer bien tu trabajo, Jin” se obligó a centrarse.

Aunque no pudo evitar agradecer con un seco y corto asentimiento que encendiera su cigarrillo. Ah, Dios… en ese ambiente le supo a gloria. Ese tipo sabía de cigarrillos… ¿algo bueno tenía que tener, no?

-Entonces, "Señor Secretitos". Sea bienvenido a mi bar...-. Joder… ¿era su bar? Se había metido, en todo el sentido de la palabra, en la boca del lobo. -Como puede observar, todas las ratas sucias se manejan en paz. Así que no provoque a las bestias para otro derroche de sangre en el lugar. Pasare por alto el anterior espectáculo. Créame, nadie lo molestara ahora, en vista de darle la bienvenida...- “Que consuelo… aunque eso nadie me lo puede asegurar, y más viniendo de boca de un mafioso que rige un bar como este” pensó, lleno de sarcasmo. -Ahora, si me disculpa. Debo atender ciertos negocios que necesitan de mi voluntad...-

…Un momento. ¿Se iba? ¿Ya? ¡Mierda! De manera automática se levantó en cuanto desapareció por la puerta del bar. Ignoró todas las miradas que se dirigieron a él por esa brusca acción y se apresuró a seguirle. “Joder, ¡que tengo que pillarle haciendo algo ilegal para dárselo a la policía!” se mordió el labio inferior, temiendo perderlo. Pero ¿y si le pillaba siguiéndole? Ya se había quedado con su cara por culpa del encontronazo fortuito en ese bar… tendría que soltarle una buena excusa. Tsk… ¿cuál?... … … Ah… siempre podía decir que representaba a un cliente que estaba interesado en los negocios que el señor Kaya estaba llevando a cabo. Si, eso podía colar. De hecho, no era del todo mentira… su cliente quería saber que clase negocios hacía el misterioso mafioso. Otra cuestión es lo que haría su cliente con esa información. Sonrió con malicia al imaginarse al todo seguro señor Kaya entre rejas. Seguro que eso borraría ese tono y esa sonrisilla que tanto le sacaban de quicio.

Una helada ráfaga de viento había recibido la salida del mafioso junto con sus aliados. Tres hombres de exquisitos trajes negros con la típica apariencia de gángsters eran su única compañía. Dos de los servidores eran gemelos de hermandad y el último la casi consideración de su mano derecha. Fieles perros guardianes.

A pesar de las escasas horas, era una noche solitaria. En la profundidad de las calles reinaba solo el silencio. Al ser unas de las zonas más peligrosas, la inquietud y el riesgo se perdían en cada callejón. La repentina sombra de un gato apareció entre las opacas luces.

Llevándose una mano hacia su negro abrigo. Sacó otro nuevo cigarrillo el cual prendió uno de sus hombres. Exhalando el humo con un pesado suspiro. Miró hacia sus acompañantes con una decidida mirada. El mortal silencio de la calle se rompió a los pasos de los hombres.

Caminando con las manos ocultas tras sus bolsillos. Se detuvo justo enfrente de un abandonado callejón. La oscura profundidad del tétrico pasillo mostraba un incierto panorama. Revelándose todo lo contrario hasta la aparición de una huesuda mano.

El pequeño hombre de apariencia engañosa, salió del callejón con una postura encorvaba. Mirando con ojos de falsa satisfacción a la llegada del mafioso. Frotándose las manos entre si con una sonrisa desfigurada, habló con una voz tormentosa hacia el gángster.

-Señor Kaya....Linda noche para pasear, ¿no cree?...Muy linda, muy linda.....En especial con estos caballe-Cortándole media palabra de la boca. El mafioso había levantando su mano, haciendo que el pequeño hombre se asilenciara. Moviéndose uno de sus principales servidores. Depositaron en la mano de su jefe, una pequeña bolsita blanca.

El fino polvo de la droga reventó al momento de ser lanzado hacia el encorvado hombre. Dejándole una blanca mancha en el rostro, el pequeño socio empezó a balbucear incoherencias mientras retrocedía agitando los brazos.

-Teníamos un trato Alkhir. Y te atreviste a engañarme...-Posando sus fríos ojos en el aterrado hombre, ocasionó que este se detuviera paralizado ante sus palabras.-...Ésta será una pequeña lección del porque nunca debes traicionarme...-No habiendo terminado sus palabras. Los tres guaridas del mafioso se acercaron con paso amenazante hacia el diminuto traficante. Ocasionando el desgarrador grito que resonó en forma de eco por toda la zona.

¿Podría ser que, por fin, algo saliera bien esta noche? Ahí estaba la prueba que tanto había estado buscando. Él se había colocado en la esquina de entrada al callejón, desde donde podía verlo todo. Y perfectamente. De hecho, era muy buen ángulo… ¡para su querida cámara de investigación! Que se apresuró a sacar de uno de los bolsillos interiores de su gabardina. Se recogió su largo pelo en una improvisada coleta, para que no le molestara a la hora de sacar fotos.

No pudo evitar esbozar una sonrisa cuando vio volar la droga, que brillo levemente como inocente harina blanca en la noche, dando a ese tal Alkhir un aspecto más “curioso” del que ya tenía.

Y sin duda tendría un aspecto más curioso cuando los doberman de Saito Kaya le dieran un buen repaso. Por supuesto, empezó a sacar fotos como loco de la droga y de la “amistosa” charla que estaban teniendo.

No tenía la menor intención de ir ayudar a esa rata, a pesar de sus gritos. Si ese Kaya le estaba dando una paliza sería por algo. Algo que no prefería saber, pero si eso le valía para que le metieran entre rejas, por las pruebas que le estaba otorgando tan gratuitamente, ¡bienvenidas fueran!

“Que te sea leve, Alkhir” canturreó mentalmente.

Después de soltar una buena cantidad de fotos, metió de nuevo la pequeña cámara en su bolsillo interior y se dijo que por hoy ya estaba bien, había conseguido más de lo que había pensado en el primer día.

“Vas a ir presto a la cárcel, señor Kaya, y esos tres doberman también” pensó feliz, con una gran sonrisa, genuinamente malvada.

Pero fue a girarse, y como el destino le odiaba, y al mismo tiempo no estaba muy atento y la iluminación del lugar no ayudaba mucho, tropezó con una tapa de uno de los contenedores de basura que estaban por ahí tirados, cayendo de rodillas, haciendo un gran escándalo que le hizo ponerse pálido al instante.

“Ah… mierda” hizo una mueca de dolor, al notar en pinchazo que le daba su rodilla izquierda. Pero se levantó, trastabillando. “O te levantas y te duele, o mueres y no volverás a sentir nada” se dijo de forma bastante convincente. Además, todavía tenía su querida pistola. Metió rápidamente la mano en su bolsillo, por si necesitaba sacarla. ¿La cámara estaba bien? Con la otra mano tocó el bolsillo interior y suspiró aliviado al no notar nada raro, así que empezó a correr, algo cojo, para alejarse todo lo rápidamente que podía del lugar. A ver si tenía un poquito de suerte y con los gritos de Alkhir no le oían…

Tomando entre sus dedos el consumido cigarrillo, miró desinteresado como la mayor parte del blanco cuerpo era convertido en cenizas. La nicotina desaparecía momentáneamente. Al igual que su tiempo.

Posó sus ojos de nuevo hacia el callejón. La oscuridad reinaba de nuevo abarcando la mayor parte del angosto pasillo. Los lejanos ecos de golpes y gritos eran apenas audibles. El pequeño traidor tenía piernas rápidas. Por lo que se encontraba solo y con el tiempo agotándose.

Tirando el cigarrillo al suelo, volvió a ocultar sus manos tras sus bolsillos. El negro y largo abrigo le daba una apariencia fantasmal al contraste con su blanca piel. Inclinando su cabeza mientras cerraba los ojos al oír el aumento de los desgarradores gritos, sonrió con complacido como si estuviera escuchando una hermosa balada.

Despertando de su interior melodía al escuchar el escandaloso ruido de metálicos botes caer al suelo. Abriendo los ojos y mirando hacia la dirección del origen, olvidó la dulce canción para acercarse cauteloso.

Llevándose una mano hacia su espalda. Rozó el borde de sus pantalones donde sostenía su revólver. Sin mostrar el arma se apropio del lugar, percatándose de los derrumbados botes de basura y el baile de una tapadera tambalearse hasta caer.

-..........-

Entrecerrando sus ojos, alejó su mano del arma calmando toda inquietud. Comenzando a sospechar de los callejeros animales con una sonrisa. Terminando su conjetura al alcanzar divisar por el rabillo del ojo al verdadero culpable escapar con dificultades.

-.....ssykun.-

Soltando una maldición en ruso, se mantuvo en el mismo lugar retirando por fin el arma de su escondite. Apuntando con una firmeza innata, disparo un fino tiro ocasionando el doloroso rozamiento de la bala a uno de los brazos del culpable. Acariciando solo la piel, había disparado sin llegar a herir al desconocido con el único fin de que se detuviera al saberse descubierto en su osadía.

Ya estaba cerca de su objetivo: una oscura calle lateral, que al tomarla, haría que desapareciera de la vista de alguien que le hubiera visto y se asomara para investigar. “¿Será que he tenido un poco de suerte?” pensó incrédulo y aliviado.

El sonido de un disparo, y el dolor en su brazo, tan intenso como una quemadura, como si un hierro al rojo vivo le hubiera rozado, le confirmó que no, no había tenido esa poca de suerte que necesitaba.

Se llevó una mano rápidamente hacía el brazo herido, comprobando, efectivamente que solo era un rasguño.

Y eso solo podía indicar dos cosas: una, que habían fallado el tiro, algo improbable, porque sino ya le hubieran pegado otro tiro cuando se paró a causa de la impresión. Y dos, la más probable, es que fuera un aviso.

Si era un aviso le daba la oportunidad de igualar los tantos…

Giró levemente el rostro para ver a Saito Kaya, resplandeciente y a la vez siniestro, bajo la luz de la luna, que se alzaba como un juez implacable, con la pistola alzada.

"Pero a este juego pueden jugar dos…"

Jin, con la velocidad de una traicionera serpiente al ataque, sacó su propia pistola con el brazo sano, y apuntando a una de sus piernas del mafioso, disparó también, para crearle una leve herida superficial.

-Ya estamos en paz, señor Kaya… ahora, si me disculpa… le deseo una feliz noche-jadeó, con una tensa sonrisa, mientras iba retrocediendo, pasito a pasito, a pesar del dolor de su rodilla, sin perder de vista al hombre de ojos azules que seguía ante él, procurando que el pulso no le temblara a la hora de sujetar la pistola y la tensión del momento no le hiciera meter la pata… lo quería entre rejas, no muerto.

Entrecerró los ojos al sentir el agudo contacto de la bala rozar cerca de sus piernas. Sosteniendo el arma con firmeza, mantuvo una estoica inmovilidad, a pesar del tenso ambiente que se había formado entre ambos contrincantes. Creándose una mancha de sangre en el elegante pantalón negro de vestir.

Se habían detenido los desgarradores gritos del extraño cliente. Cayendo con ruidosos golpes algunos contenedores de basuras. Empezaban a salir del antiguo callejón los serviciales hombres con un cuerpo inerte. Dejando un claro rastro de oscura sangre tras sus pasos.

Consiente del buen trabajo realizado por sus hombres. Alzó su mano libre en una silenciosa señal. Una orden silenciosa que bastó para que los perros guardianes no intervinieran y comenzaran incluso a alejarse con su premio de caza.

Dejando el duelo libre de interrupciones...

A pesar de la considerable distancia, el lejano cuerpo de su contraparte se distinguía de un gran parecido al suyo. Llegando incluso a igualarlos perfectamente. Omitiendo por el largo cabello negro que comenzaba a despertar sospechas en la oscuridad. Terminó alzando la voz, realizando un enorme eco en la solitaria calle para el intruso:

-¡¿Quién carajo eres?!-

Desde luego, los tres doberman habían hecho bien su trabajo. Solo había que ver como había quedado el señor Alkhir, o más bien lo que había quedado de él. A esa distancia no podía asegurarlo, pero le habían hecho bastante pupa.

Pero más que preocuparle esa escoria humana, lo que más le preocupaba era que esos tres doberman se lanzaran a por él para vengar a su amo. Por lo que no pudo evitar parpadear sorprendido cuando, con un tirón de correa, Kaya obligó a sus tres fieles y peligrosos mastines, que se fueran con la maltrecha figura de Alkhir.

“Resquiem in pace…” no pudo evitar pensar, con una mueca, al ver como lo arrastraban. Seguro que no acaba bien. Quizás, si lograba sobrevivir a mañana, podría enterarse de que descubrieron un cadáver con cemento anclado a los pies en el fondo del mar…

Pero volviendo a la complicada situación, casi pegó un brinco ante la voz de Kaya, haciendo que el brazo que sostenía la pistola temblara más. “Joder, si parezco un poli novato” suspiró, respirando hondo, para serenarse.

Clavó su mirada en el mafioso, esta vez sosteniendo la pistola con más firmeza.

-No me creerá tan estúpido como para decirle quien soy después de haberle disparado, ¿verdad, señor Kaya?- respondió en un tono cargado de sarcasmo.

Era como poner nombre a su lápida. Y si de algo estaba seguro esa noche es que no iban a dejar que le mataran con tanta facilidad. No lo había logrado Kyo, menos lo iba a hacer este mafiosillo con aires de grandeza.

Dio otro paso hacía atrás, pero su rodilla mala le hizo una mala jugada, y cedió bajo su peso, obligándole a hincarse de rodillas, soltando un leve gemido de irritación y dolor. En una parte de su ofuscada mente tuvo la sensación de estar representando una estúpida escena de pedir clemencia. Con esos pensamientos tan positivos no le resultaba raro si acababa con más de un balazo encima…

El imperceptible movimiento de sus cejas al oír la desconocida voz, hizo que el semblante del mafioso volviera a su típico estilo prepotente. Llegando incluso a mostrar una burlona sonrisa. Alzó su rostro comenzando a reír entre dientes...

-No. No te creeré tan estúpido para decírmelo. Pero si en el hecho de delatarte a ti mismo al abrir la boca...- Cambiando la aparentemente desconocida voz a la recordada por el llamativo pelilargo en el bar. La buena memoria y el ritual de no consumir ningún tipo de alteraciones en las horas de "trabajo", habían ayudado al reconocimiento inmediato en el mafioso.-...Señor Secretitos.-

Alargando la sonrisa en su rostro. Miró como el pelinegro se inclinaba sin dejar de apuntarle con el arma. Arqueando una de sus cejas por la postura, mantuvo firmemente la pistola en la misma amenazante posición.

-Había entendido anteriormente que todos teníamos nuestros "Secretitos" que ocultar, ¿hn?...-

Mierda… le había reconocido. Había tenido la esperanza de que, ya que regentaba un garito, hubiera consumido algunas de las excelencias del lugar, y su mente no tuviera tan buena memoria… pero una vez más, había metido la pata.

-Por favor, ¿no se le ocurre otra manera de llamarme?- inquirió, de un humor un tanto irritado, por el dolor de su rodilla y su pésima situación. –Y es normal que tengamos algunos secretitos- respondió. –Pero algunos de esos secretos se descubren… y cuando eso ocurre accidentalmente…- dejo caer de manera insinuante e inocente.

–Estas cosas pasan, así que podría olvidar mi presencia aquí por esta noche, y así será otro secretito más- bromeó, pero tanteando el terreno… la pistola se le había caído al caer al suelo, pero no estaba muy lejos. Si la necesitaba podría cogerla perfectamente.

-Yo no represento ningún peligro para usted, señor Kaya- mintió, tan tranquilo, con una leve sonrisa.

Aprovechando la charla intento ponerse nuevamente de pie… pero al parecer, sin ningún punto de apoyo que le ayudara, iba a resultar bastante jodido. “Mierda de barrio…” pensó con rencor.

Mantuvo la misma posición por unos instantes.

Entrecerrando sus ojos, bajó el arma ocultándola de nuevo entre sus ropas. Sacudiéndose innecesariamente el negro abrigo, volvió la espalda con total seguridad. Mirando de reojo al caído pelinegro, mostró una bufona sonrisa negando con la cabeza.

Simplemente la presencia del pelinegro, por más sospechosa que pareciera, no la consideraba como una propia amenaza. Los torpes y continuos descuidos no eran estilo de los comunes agentes especializados. Delatándose con el problema de su fuerte personalidad, sumaba otra desventaja para el hombre.

Comenzando a rebuscar entre sus bolsillos algún perdido cigarrillo, encontró las sobras de un partido filtro. Tirando las sobras al suelo. Hablo por última vez de forma clara para ser escuchado.

-En algo tienes razón. A pesar de que puedes estar en mi contra y tal vez acechándome inútilmente, no eres ningún peligro para mí. Escúchame bien Secretitos, no creo en las casualidades ni en el destino. Eso es para maricas. Y el que estés aquí no es obra de inesperados infortunios. Me estás siguiendo y comienza a ser molesto. Así que deja de joderme si no quieres terminar enojándome...-

Clavó su mirada fijamente en los ojos del pelilargo. Retirando la vista al momento de comenzar a alejarse con paso relajado hacia el anterior callejón. Mirando el oscuro rastro de sangre en el piso. Obra terminada por sus hombres con el traidor socio. Ocultó las manos en su abrigo, comenzando a sentir algo de frío en el ambiente.

Ese hombre acaba de realizar las dos acciones que no debían hacerse hacia su persona, bajo ningún concepto: ignorarle y subestimarle. ¡Hasta había guardado su arma! “Desgraciado… ¿Quién te has creído que soy?” pensó, furioso.

Ahora ya no sabia que le sacaba más de quicio si esa actitud de indiferencia, o su prepotencia. Ambas estaban bastante igualadas en la balanza… así que decidió que ambas actitudes eran insoportables y merecían un castigo. Haciendo un soberano esfuerzo, impulsado por la rabia, la ira y la humillación, consiguió ponerse de pie, aunque de manera algo inestable.

-Pues déjeme decirle algo, señor Kaya, ¡a partir de ahora voy a ser su maldita y jodida sombra!- siseó, entrecerrando los ojos, y algo jadeante por el esfuerzo de levantarse. –No descansare hasta verle entre rejas, y con lo que he recogido esta noche puede estar seguro que no me costara mucho- le espetó con una maliciosa sonrisa.

… aunque se dio cuenta, tarde, de que eso último no tenía que haberselo dicho. “Mierda… por algo dicen que la ira y el orgullo no son los mejores consejeros…” pensó, mordiéndose levemente el labio inferior.

Pero ya no podía llorar en la leche derramada, así que se irguió todo lo que pudo, adoptando una postura desafiante.

Detuvo sus pasos con aire silencioso. Manteniendo las manos aún ocultas en sus bolsillos, miró hacia sus espaldas ladeando un poco la cabeza y dejando que gran parte de su negro cabello ocultara su mirada. A pesar del impedimento, distinguía a la perfección la desafiante figura del pelilargo.

Algunas ratas callejeras salían entre los escombros de basura para devorar la sangre esparcida en el suelo. Otra fría brisa acaricio los cabellos del mafioso por unos instantes...

Volviendo de frente hacia el pelinegro, alzó un poco su rostro con arrogancia.

-...¿Entre rejas?.....-Miró una gorda rata con curiosidad, terminando en sonreír malditamente. Entrecerró los ojos, mostrando un semblante amenazante.-Entonces Señor Secretitos, no era tan "secretitos" como pensaba...Un policía. Y no cualquier policía. Un idiota policía...-A pesar de que tenía algunos contactos con "los hombres de azul", sabía a la perfección que había excepciones. Algunos que no podía sobornar con simple protección e inmunes vicios. El hombre que lo desafiaba en esos instantes era la prueba de ello.

-Siento corregirle, pero no soy policía- sonrió, contento de oír que se equivocaba en algo y que él pudiera decírselo. –Si no me cree, regístreme, si quiere, no encontrara ninguna placa- se mofó, acentuando su sonrisa burlona.

Aunque ya no le negó lo de idiota… desde luego que lo era, sobre todo cuando se había revelado de una manera tan estúpida.

“Vamos a ver, Jin, aquí tienes que poner en orden tus prioridades: ¿Qué te importa más, tu vida, o tu orgullo?” se dijo, haciendo una mueca de fastidio. Y lo peor de todo es que no sabía contestar a esa pregunta… ¡Claro que quería estar vivo! ¿Pero de que le valía una vida sin orgullo?

Aunque había que fijarse hasta donde la había llevado su orgullo: en un callejón, de noche, en la zona 0, con un mafioso al que estaba siguiendo, y con unas encantadoras y bien alimentadas ratas recorriendo las sombras y la basura que llenaban el lugar. Un magnifico panorama…

Generalmente Jin acechaba como una paciente serpiente a que las ratas se revelaran por si mismas… pero había se había revelado demasiado pronto y se había topado con una rata bien grande. ¿Qué podía hacer ahora? La pistola seguía a sus pies, lista para usarse si lo requería, solo tendría que agacharse a por ella. Y el señor Saito Kaya estaba lejos, pero no lo suficientemente lejos como para que pudiera salir huyendo, y menos con la rodilla como la tenía… entonces solo le quedaba una opción para asegurar su bienestar.

“Tsk… que poco me gusta rebajarme así pero… vive hoy y lucha mañana” pensó.

-Le propongo un trato, señor Kaya- dijo borrando todo tipo de sonrisa, apretando los puños con rabia, decisión y frustración. –Usted me dejara ir, y se olvidara de que nos conocimos esta noche, y a cambio yo… le daré mi cámara, en la que tengo suficientes pruebas como para dárselas a la policía y que pase un buen tiempo entre rejas ¿Qué me dice?- se cruzó de brazos, irguiendo orgullosamente la cabeza. Un orgullo que no sentía…

Al terminar de oír las últimas palabras, cruzó los brazos sobre su pecho con aire pensativo. En realidad solo estaba creando un poco de anticipación a su respuesta. Y más para desesperación del pelilargo, lo miró de arriba abajo sin ningún escrúpulo.

A pesar que aún mantenía sus dudas con respecto al tema policial. Ignoro todo pensamiento relacionado, empezando a sonreír con la propuesta del pelilargo. Un trato por el cual no perdía nada a cambio y se auto beneficiaba completamente.

No había sido necesario obligar al desconocido hombre revelar sus verdaderas intenciones. Se había descubierto como anteriormente en haberle capturado con su supuesta cámara. Volvió a sonreír burlón. Era increíble lo descuidado que era aquel sujeto.

Deteniéndose todo pensamiento de gloria y seguridad, al sorprenderse con que facilidad se estaba desarrollando las cosas. Una trampa. Podría ser una elaborada trampa toda esa apariencia de engañosa ignorancia. Tal vez el pelilargo estaba engañándolo perfectamente y él mismo se confiaba en sus trampas.

Rozando disimuladamente con la punta de sus dedos la oculta arma, miró con nueva desconfianza hacia el pelilargo.

-Acepto el trato. Será fácil olvidar este incidente. A pesar del desconocimiento de tú nombre, es solamente algo temporal. Nunca olvido un rostro. Así que entrégame esa cámara antes de que cambie de opinión y te invite a cenar con las ratas.-Mentira. En realidad no tenía ningún motivo verdadero por detener aquel hombre. Estaba más que confiado con respecto al sistema de la ley, y sabía por más que le incumbieran pruebas saldría victorioso con ayuda de los mismos jurados comprados. Pero no podría confiarse, por el único conocimiento de que el otro portaba una misma arma.

Bien. Por lo menos lo estaba pensando… aunque para su gusto demasiado. Tampoco había dicho algo tan complicado como para que tardara tanto. O quizás había sobrestimado las capacidades mentales del señor Kaya. Después de todo, a la hora de atemorizar valía más músculo que inteligencia…

Ya se estaba planteándolo repetírselo, cuando le respondió:

-Acepto el trato. Será fácil olvidar este incidente. A pesar del desconocimiento de tú nombre, es solamente algo temporal. Nunca olvido un rostro. Así que entrégame esa cámara antes de que cambie de opinión y te invite a cenar con las ratas.-

Hmf… ¿pero quien se había creído? Si no fuera porque tenía la maldita rodilla como la tenía, le hubiera asestado una patada en el punto vital y central de la vida de todo hombre.

Apretó los dientes y contestó:

-Descuide, yo tampoco pienso olvidarle… y déjeme decirle que las ratas son una compañía altamente atractiva si las comparamos con usted- le miró desdeñoso. Estaba harto de que le subestimara. Ahora le parecía más que nunca, que su pistola le estaba haciendo guiños para que la cogiera y descargara toda la munición en esa petulante persona.

Pero se obligó a apretar los puños, y lentamente, como si le doliera, (que así era, por lo menos, en su orgullo) agarró la cámara de su bolsillo. Pero… espera un momento… si, le podía dar la cámara, pero no por ello el carrete. Sonrió malicioso para sí. En ningún momento iba a incumplir su palabra: le iba a dar la cámara… otra cosa es que llevara el carrete. Así, con un sutil movimiento, abrió la cámara dentro del bolsillo, sacando el carrete, y la volvió a cerrar. La sacó del bolsillo, y se la lanzó al mafioso… a ver si con un poco de suerte le daba en toda la cara, y algo bueno ganaba esa noche.

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